Yo sueño con los ojos
Abiertos, y de día
Y noche siempre sueño.
Y sobre las espumas
Del ancho mar revuelto,
Y por entre las crespas
Arenas del desierto
Y del león pujante,
Monarca de mi pecho,
Montado alegremente
Sobre el sumiso cuello,
Un niño que me llama
Flotando siempre veo!
– José Martí, en Ismaelillo (Nueva York, 1882)
A veces llevo la misma impresión que me ofrece ese poema: la de existir en una clase de sueño despierto por las rutinas de la vida diaria. Anoche leía a Coleridge, y hoy en la mañana a Martí.
Son cuerpos de obra poética algo relacionados por lo temático onírico. Pero aunque me encantan los rítmos de e.g. “Cristabel” de Coleridge, su contenido proto-romántico – digamos místico – me es difícil. Prefiero el contendio martiano, tal vez igualmente místico pero ya plenamente proto-modernista. Además, los poemas de Ismaelillo, por su fundación en la vida real del poeta – inspirados por su hijo – celebran algo del mundo real. Es un onirismo cotidiano y realista – una vida de padre amoroso inmigrante en Brooklyn – en lugar de un onirismo evasivo y anti-realista, opiático.
Hace mucho tiempo que me dedico a leer tanta poesía como en estos días. Tal vez es una forma de tratar a mi propia vacuidad creativa.