(oda ambigua a la gran ciudad de El-ley)
La persona típica lleva varias patrias en su alma. A mí, me pertenece un media docena, al menos. Entre estas patrias, de alguna manera, la metrópolis de Los Ángeles podría ser la patria más patria de todas, porque aquí nació mi padre y también su padre, mi abuelo: así, patria de padres.
Yo, nacido de otro lado, entre niebla y lluvias y una infinidad de coníferos, nunca sentía ningún amor por la gran ciudad de mis abuelos; ciudad de asfalto y desierto y carreteras y palmeras y grandes shopping malls tras otras shopping malls. Pués, por lo menos, no cuando de niño. Sin embargo, era siempre un lugar fascinante, desafiante, y de sueños. Podría contemplar el smog con una claridad insólita.
Años después, mi papá volvió al Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles de Poríncula. Yo también he logrado acumular una quinta parte de una vida humana vivida acá. Ahora amo a Los Ángeles, tal vez porque la odio también, y vice versa.
Me encanta encontrarme en un Starbucks cualquiera, y darme cuenta de que la joven a mi derecha está quejandose de algo trivial con su madre en el cellphone, en coreano, mientras la mujer profesional al otro lado está explicando algún procedimiento médico, en ruso, mientras veo en frente, por la ventana, un anuncio al otro lado de la calle en la escritura impenetrable (para mí) del idioma armenio. Y todo es normal.
Me encanta manejar por tres horas en carretera, arriba del 65 millas por hora, y no haber podido salir de la megalópolis.
Me encanta la silueta de unas palmeras sobre las montañas.
Padezco un amor ambíguo, porque también la odio. Odio el calor de casi todos los días, y lo aburrido que es el clima. Odio la carencia de transporte público adecuado. Odio su solipsismo cultural.
Es patria, pero no es patria querida. Es patria ambívala, media querida, de índole casi aleatoria o accidental.
yay! i can’t read it. but i can guess you’re in LA and you’re with your father. 🙂